Sin duda alguna el mejor canyenguista en la historia del tango-danza, aquel que irrumpe la escena bailable, alrededor de los años treinta, estableciendo una nueva corriente del decir original y auténtica, con recursos propios, mostrando una velocidad y justeza infinita, desbordando en una coreografía inédita, que lo colocan en la cúspide de los bailarines de tango.
De las grandes trenzadas que tuvo en su viejo reducto bailable: La Colonia Italiana, con los añejos orilleros que la frecuentaban, esos duelos eternos, en busca del mejor, de los cuales siempre salía airoso, porque era imposible seguirlo e igualarlo, representando la altura máxima de la creatividad, por sus condiciones naturales, dotes que imponía para danzar, sin esfuerzo aparente.
Pero un día decide abandonar su labor en los escenarios y dejar de danzar, así se lo manifiesta a su amigo Mendieta (Congreve) quien a título de homenaje, organiza una despedida, en el “Maipú Pigall”, aquel que estaba frente al “Marabú”.
En la ocasión para despedir a este fenómeno de la danza, bailaron lo más granado y representativo del mundo de tango a aquellos años: Abrió el acto Mendieta (Congreve) con el viejo tango de E. Pereyra “El Africano” haciendo una creación a la manera “Divito” con un suave caminar elegante.
Después fue al ruedo “Petróleo”, que volcó “Cormme il faut” de E. Arolas, a la manera del cuarenta: giros, piques, voleos, arrastres, incorporando algunos movimientos nuevos.
En tercer lugar lo hizo otro de los grandes de la danza (El Vasquito) J. Orrade que conjugó el antiquismo clásico de Rosendo “El Entrerriano”, haciendo una mezcla de orillero y canyengue, con una justeza y perfección digna de imitarse.
Como Méndez casi siempre bailaba este tema, dirigiéndose a mí me dice: ¿y ahora que bailo? la respuestas que le dí fue diciéndole a Sassano, que era la orquesta que actuaba en el local, maestro toque una milonga para que la baile el agasajado, sin más que este viejo músico, arrancó con “Corrales Viejos” de A. Aieta salió a danzarla Méndez al compás de aquellas notas, que rompían todos los esquemas rítmicos y compadrones.
Salió a bailarla este súper dotado de la danza, haciendo una verdadera demostración de cómo se hace una milonga orillera, terminada esta, fue llevado en andas por todo el salón, por los asistentes, por espacio de diez minutos.
Sin embargo después de esto que era la despedida, siguió un tiempo bailando, hasta que entró a trabajar en el Congreso Nacional, entonces sí que se retiró definitivamente de la danza, hasta que lo sorprendió la muerte en ese menester.
Sin objeción alguna, fue uno de los grandes cultores que tuvo el tango-danza, su figura se agranda en el recuerdo, de este creador de arabescos originales, por su velocidad inigualada, su ajuste y ortodoxia deslumbrante.
Carlos Estévez
Casita: lugares donde se bailaba tango, regenteado por una mujer, un pianista que recibía propinas, pupilas para danzar y otros menesteres.
Ejemplo: famosas María La Vasca y Laura.
Carlos Alberto Estévez
La lucha por ser el mejor bailando, establecida desde que nació el tango, sigue existiendo. “Los orilleros” la empezaron, la continuaron los que han venido detrás y no se extinguirá nunca, porque es una de las bases fundamentales de la superación de la danza. Es algo congénito del tango, porque cada uno lo interpreta a su manera y lo define de acuerdo a su sentir.
Es el incentivo permanente que obliga a los que danzan a mostrarse en un plano de permanente superación.
Porque el bailarín de tangos siempre cree que la danza que muestra es la mejor. Esa egolatría congénita que el 2x4 o 4x8 le transmite. Así llama fantasía al tango suelto, denomina “canyengue” al exagerar y amontonar figuras y califica de “orillero” hacer movimientos antológicos que nos legó la antigüedad de la danza, “salón” es un tango liso, sin arrequives, ni adornos, caminando con elegancia, llevando ritmo y compás con exactitud milimétrica.
Un buen bailarín transita por todos los estilos y crea nuevas modalidades. EXPRESION
Porque al bailar los porteños un tango, le agregamos ese decir misterioso, que nos transmite Buenos Aires, es un aire diferente, es un halo de danza personal, al igual que en el idioma: esa entonación o gracejo al hablar, esa modulación en la voz, que nos define, nos ubica y nos determina la latitud en que hemos nacido.
A los movimientos les damos una expresión diferente, tan nuestra, que al observarlos podemos determinar, con exactitud, sin temor a ningún equívoco, quién baila como nativo de la ciudad y quién no.
Carlos Alberto Estévez (Petróleo)