La lucha por ser el mejor bailando, establecida desde que nació el tango, sigue existiendo. “Los orilleros” la empezaron, la continuaron los que han venido detrás y no se extinguirá nunca, porque es una de las bases fundamentales de la superación de la danza. Es algo congénito del tango, porque cada uno lo interpreta a su manera y lo define de acuerdo a su sentir.
Es el incentivo permanente que obliga a los que danzan a mostrarse en un plano de permanente superación.
Porque el bailarín de tangos siempre cree que la danza que muestra es la mejor. Esa egolatría congénita que el 2x4 o 4x8 le transmite. Así llama fantasía al tango suelto, denomina “canyengue” al exagerar y amontonar figuras y califica de “orillero” hacer movimientos antológicos que nos legó la antigüedad de la danza, “salón” es un tango liso, sin arrequives, ni adornos, caminando con elegancia, llevando ritmo y compás con exactitud milimétrica.
Un buen bailarín transita por todos los estilos y crea nuevas modalidades. EXPRESION
Porque al bailar los porteños un tango, le agregamos ese decir misterioso, que nos transmite Buenos Aires, es un aire diferente, es un halo de danza personal, al igual que en el idioma: esa entonación o gracejo al hablar, esa modulación en la voz, que nos define, nos ubica y nos determina la latitud en que hemos nacido.
A los movimientos les damos una expresión diferente, tan nuestra, que al observarlos podemos determinar, con exactitud, sin temor a ningún equívoco, quién baila como nativo de la ciudad y quién no.
Carlos Alberto Estévez (Petróleo)