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El tango mantiene su vigencia bailable gracias a unos cuantos cultores con condiciones naturales y creativas. Si no fuera así ya hubiese desaparecido de sus escenarios naturales: barrio, salones, clubes y peñas.
Para danzar un tango, ha de partir el bailarín de una temática coreográfica común y ha de recoger los movimientos en boga de la época en que empezó a bailarlo y le incorporará su ingénita expresión, que será después su línea tanguera definitoria.
Cuando el bailarín domine la danza por que transitó por distintas etapas que le dan experiencia y suficiencia tanguera, recién podrá ensayar movimientos nuevos y se colocará por encima de su época y se proyectará hacia el futuro.
Para crear movimientos nuevos hay que tener una sensibilidad especial, determinando y ajustando los enfoques rítmicos de acuerdo a la manifestación musical que le dieron su autor y su interprete.
Los movimientos que se crearon al comenzar a bailar el tango y que llegaron a nosotros a través del tiempo, le dieron sabor, originalidad y belleza.
A medida que transcurrió el tiempo y se fueron incorporando figuras nuevas, corriéndose las originales, perfeccionándolas o modificándolas, el tango fue ganando altura en el concierto expresivo, para situarse en un lugar preponderante entre las danzas del mundo.

 

AFORISMO

El tango capta la sensibilidad de mentes sencillas.
Entra por los oídos, por el cerebro, por el corazón y el espíritu.
Cuando nos atrapa, así como una telaraña invisible, no logramos deshacernos jamás. Y morimos con él, como una mosca prisionera en su red.

 

CARLOS ALBERTO ESTEVEZ (PETROLEO)

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