Desde su nacimiento hasta la terminación de la década del veinte, el tango era una música, que exclusivamente se ejecutaba para bailar, así se hacía, porque en una reunión danzante si el cantor o chansonier cantaba, los asistentes a la misma se molestaban, a veces lo silbaban, otras lo gritaban, exponiendo su desagrado de una manera u otra. Por eso cuando se incursionaba en el canto, se lo hacía, solamente, acompañado de guitarras.
El asiduo a los bailes quería siempre bailarlo instrumentalmente. Lo solía bailar, con ciertas licencias (cortes y firuletes), pero en los salones estaba prohibido. En un determinado lugar bien visible siempre rezaba un cartel con esta leyenda: Prohibido bailar con cortes” y en las invitaciones que se repartían de práctica, insertaban aquel otro: “La Comisión se reserva el derecho de admisión” que marcaban una línea de seriedad.
No porque la danza M bailarín fuera hecha con cortes, si bien exageraba los movimientos atrofiándolos, parecían por la exageración una deformación, por eso siempre los que controlaban los bailes ponían reparos, pero en verdad era porque los que la miraban no sabían nada de danzas.
Porque el tango que danzaban era primitivo en sí. Las figuras eran simples. El desplazamiento inexperto. El compás y el ritmo que transmitían, no había alcanzado la plenitud de formas que existe ahora, pese al tiempo transcurrido desde su iniciación. Le faltaba integración de elementos coreográficos.
En la formación de prismas visuales, el tango se bailaba con corridas, medialunas, ochos y algunas sentadas. Todavía no se había incorporado el sobrepaso, que determina el comienzo o el principio de una nueva línea.
Ya en la corriente nueva se desprende el corte por ser una exageración en la mente del bailarín, se ordenan los movimientos, encauzándolos hacia un ajuste perfecto.
Es un equívoco que los bailarines de antaño eran mejores que los de ahora; si bien, se les debe la originalidad de los primitivos movimientos y las bases fundamentales con que se creó el tango, aportando la toma y el enlace de una manera diferente a todas las danzas del mundo es cuando los cuerpos de la pareja de bailarines se unen como si estuviesen pegados, simulando un abrazo y con esta posición desarrollar la danza.
Cuando la pareja baila separada o suelta, rompo la raíz establecida por los creadores y a la modificación renovadora la denominan “fantasía”.
Imagínense un tango ejecutado por una orquesta de la guardia vieja en tiempo musical que se tocaba al principio, o sea en 2 x 4, con aquellos músicos, que casi ninguno conocía “Notación” la mayoría eran “orejeros” y lo volcaban a la “Parrilla” es decir como salía, con esos pobres sonidos que oía el bailarín, tenía que crear la danza y la creó, qué mérito grande el de estos bailarines que casi todos eran “orilleros”; recordemos al primero, hoy un poco olvidado: Pedrín de San Telmo, que sus mentas de extraordinario bailarín cruzaban todas las latitudes de la gran aldea.
Como el tango no tiene patrón coreográfico, lo establecieron al nacer los orilleros que siempre lo danzaban diferente.
Pero hay que guardar ciertas normas inamovibles como ser: elegancia, justeza, armonía, compás, ritmo y sandunga. Hay que agregarlos también la potencia, la fuerza y la comunicación con que se conjuga el movimiento. Buscando la pureza de las formas, en el momento de danzarlo, hasta lograr la belleza en la acción, con todos estos elementos se logra un buen danzarín.
Carlos Alberto Estévez (Petroleo)